La primera impresión que tienes percibimos de un plato es la visual y muchas veces si 'te entra por los ojos' parte del camino ganado. Luego, evidentemente, tiene que estar rico y tener una textura agradable. Sin eso no vas a convencer a nadie, pero el aspecto puede jugar un papel determinante en las ganas que tengan tus comensales de probarlo. Es el éxito de muchos restaurantes, y cómo no, de la fotografía gastronómica. Además es una herramienta fundamental en dos casos: cuando hacemos comida para niños pequeños y cuando tenemos invitados en casa. Si eres de lo que asalta la nevera, come de pie y no esperas a decorar tu plato, este post es para ti.
En el día a día, es más difícil que prestemos atención a este aspecto pero habrá platos que, con el mero hecho de colocar un poquito mejor los alimentos, nos den más ganas de comérnoslos. ¿Quieres saber qué pautas siguen los profesionales a la hora de emplatar sus creaciones?
Un plato manchado y feo apetece menos que uno que tenga todos sus elementos colocados con esmero. Da igual que esté delicioso, la primera impresión será negativa y habrá quien (sobre todo los pequeños de la casa) se niegue incluso a probarlo.
El arte de emplatar también responde a las modas. Hace unos años, no había restaurante que no sirviese sus recetas en platos de pizarra, sobre una reducción de vinagre balsámico y unos tallos de cebollino por encima.
Ahora parece que se opta por soluciones más minimalistas o que reflejen la personalidad de cada chef. A nivel casero también hay cositas que se pueden mejorar muy fácilmente pero todas ellas responden a dos maneras de actuar:
Tener varias vajillas disponibles es clave para que tus platos tengan más personalidad y estilo. No hace falta que tengas vajillas completas si no tienes mucho espacio para almacenarlas, basta con que tengas varios bajoplatos y una vajilla completa sencilla y minimalista (preferiblemente blanca y redonda) para el día a día y un poco más especial para ocasiones formales.
Sea como sea, tienes dos opciones a la hora de elegir tus platos, acompañar el estilo de la preparación con el plato o jugar al contraste. Si haces un plato tradicional, por ejemplo, como un asado puedes servirlo en una vajilla clásica o hacerte con una súper moderna que sorprenda a tus comensales.